Pocos films desprenden una energía tan poderosa, excitante y devastadora, como el último largometraje de un cineasta egipcio, Mohamed Diab (tras su excelente Cairo, 678), increíblemente dotado para concebir unas puestas en escena de una fuerza visual arrebatadora. Clash es puro inventiva y, sin lugar a dudas, una de las mejores direcciones de 2016.
Cine pegado a la ardiente realidad social de un país que en 2013 sufrió una conmoción que aún perdura. La genialidad de este fascinante guionista y director es encerrar, en un furgón policial, a todos los representantes de las revueltas egipcias frente al golpe de estado de 2013: la armada, los revolucionarios y, hasta a los hermanos musulmanes. Evidentemente, un furgón de ocho metros cuadrados más explosivo que el mismísimo país.
En plena manifestación popular, la policía va llenando el furgón policial con todo lo que pilla por delante, mujeres, niños, periodistas y fotógrafos de prensa, iluminados, revolucionarios y sus opositores: un verdadero polvorín que estalla en cada segundo por las disputas, recelos, sospechas… El cineasta sobresale en la descripción de las distintas personalidades de este film coral, como en una nueva versión terrestre-represiva de Náufragos, de Alfred Hitchcock, más superpoblada y completamente encerrada, en una pesimista visión de un país al borde de cataclismo.
Mohamed Diab no deja de inventar y sorprender en cada escena. Sus 8 metros cuadros le sirven para incrementar el suspense, la tensión y los estallidos que pueden sucederse en cada segundo del film. La imaginación del cineasta, que escribió más de una docena de versiones del guión, no deja de sacar provecho, exprimir al máximo este espacio, tan reducido como cinematográficamente espectacular.
Una película en la que el espectador pediría media hora. Lástima que el cineasta haya decidido cortar ene l montaje final una escena en la que los arrestados rezan hacia la meca, cada uno en una dirección diferente, que por evidentes razones con la censura no hubiese logrado pasar el filtro de los nuevos inquisidores.
Eshtebak (Clash) es una de las películas más intensas y creativas de un año muy rico en sorpresas. El film que hay que ver para descubrir cómo un verdadero cineasta puede transformar un espacio en un personaje, en sí mismo, en una parábola de una situación real y convertirlo en uno de los mejores thrillers del año.
Presente en la Sección Oficial de la 61ª edición de la Seminci, no sería de extrañar que acabase, frente a la competencia tan dura de este año, en el palmarés (¿mejor director?). En todo caso, merecido con creces.