Hay decisiones que pueden tardar en tomarse meses, e incluso, años. Se puede reconocer una situación injusta pero es mucho más complicado llegar a asimilarla en su plenitud. Pero cuando una de las partes establece bandos bien definidos, los presentes se ven obligados a posicionarse. Un gesto anodino para unos (de una mezquindad rastrera) se convierte en una chispa liberadora.
Val, una señora asistenta interna interpretada por la impagable Regina Casé, llega décadas cuidando de una familia adinerada de São Paulo, como si fuera la suya propia. Día tras día ha colmado con su presencia el amor hacia esos hijos ajenos, sin olvidar en su corazón su propia hija, que tuvo que abandonar en el pasado. Situación habitual en este país del futuro, como lo definía Stefan Zweig en 1941, en que muchas mujeres se ocupan de la prole y las casas de adinerados y pudientes, y se ven obligadas a alejarse de las suyas.
Anna Muylaert, elegante y meticulosa directora, ha conseguido con Una segunda madre, un ferviente y poderoso retrato de Brasil y la actual lucha de clases, que rozando un pasado colonial se adentra en otras formas de análisis de un tema candente y que sigue inflamando posiciones entre su población. Un tema querido por los nuevos directores, como la reciente Casa Grande, y que está creando excelentes frutos cinematográficos.
Val no puede dosificar su amor por la familia, su entrega es total y sincera, su presencia imprescindible y su abnegación y lealtad inquebrantable. Una mañana recibe la tan esperada llamada de su hija que tiene que presentarse a las pruebas de acceso a la universidad y que estará las próximas semanas en São Paulo. Val no puede creer el regalo del cielo que le acaba de caer, y le pregunta a la señora si puede acoger a su hija durante unos días en su habitación. Evidentemente, la señora no puede mostrarse magnánima: por supuesto, Val, está se tu casa, lo que haga falta, tu hija siempre será bienvenida.
Pero la joven Jessica no posee el mismo carácter de su madre. Dos mujeres y dos concepciones de su situación social se van a enfrentar: la de la nueva generación y la de la anterior, que como acertadamente le reprocha su hija, acepta ser tratada como un ciudadano de segunda clase. La guerra va a empezar, por pequeños toques, gestos desplazados, desaires sutiles pero jamás en enfrentamiento directo (al fin y al cabo, el servicio no tiene el suficiente nivel para discutir con él).
Jugosa película, unas de las imprescindibles del verano, que ha logrado lo inhabitual, conciliar críticos, premio del jurado de Sundance, y espectadores, premio del público en Berlín. Prometedora carrera que, casi seguro, no se quedará ahí porque no sería de extrañar una nominación a los Oscar a la mejor película en habla extranjera. De una espontaneidad, tan brillante como reflexionada, con un poderoso final que invita a tomar las buenas decisiones lo más rápidamente posible. Nunca es tarde ni para acertar.