‘Wof, wof, wof’, de Melena Androide, la fábula posmoderna de la sobresocialización


La fábula de animales es una de las composiciones literarias que más adeptos ha logrado en sus cuatro siglos de existencia. Como los protagonistas son animales que analizan las desaventuras de infelices e inconscientes seres humanos, la historia se suele convertir en una bacanal de histerias, traumas y un análisis distanciado que pone sobre la mesa (en este caso, en el escenario) nuestras más íntimas ridiculeces existenciales.     

Melena Androide es el nick escénico, social y pokemoniano de Andrea Martínez (en el siglo pasado se era freudiano o lacaniano, en el actual la población se inclina más por Pokemon Go o Minecraft). La artista, titulada en la ESAD de Murcia y Máster en Práctica Escénica y Cultura Visual en el Museo Reina Sofía, despliega su ironía mirada y corrosiva escritura, pero ello no le impide dotar a los humanos de su obra de una infinita ternura.

Wof, wof, wof es el relato de tres mascotas de nombres singulares (Drama, Divorcio y Droga) que nos van narrando la desternillante historia de sus supuestos amos. Y como en el teatro no existen límites, la narración cubre un periodo de tiempo de más de un siglo, de 1933 hasta el 2050, en que se mezclan Unabomber con King Kong o un mono de gatillo flojo con una mujer descalza de tendencias suicidas (en la antigüedad un zapato perdido servía para encontrar a un supuesto príncipe, en la posmodernidad solo sirve para hacer un GIF)… y, por supuesto, Pikachu.

Imágenes proyectadas, textos de redes sociales y móviles, videos supermediatizados… Internet es el nuevo IKEA del absurdo, en el que casi todo es gratuito o una ganga. La excesiva oferta ha asesinado la calidad, y el verdadero precio que pagamos es una infinita pérdida de tiempo. Andrea Martínez lo sabe y las utiliza sabia y acertadamente.

Exitazo de público en el festival LABO XL, Melena Androide como un Esopo posmoderno brilla por su lucidez narrativa. Quizás porque en su analítica mirada se condensa el íntimo deseo de inmortalidad que habita en los humanos, centro de la filosofía unamuniana. Esos quince minutos de inmortalidad del siglo XX, hoy nos la proporciona el nuevo Dios, las redes sociales. Solo que su duración en la actualidad se ha reducido a quince segundos. Y va a menos.   

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