120 pulsaciones por minuto (120 battements par minute), Francia 2017


Los dioses del cine acaban por hacer justicia. Si hasta el momento el único director capaz de convertir los debates políticos (la materia más difícil de rodar en cine), en verdaderas obras de arte y tensión era Santiago Mitre, se añade a este imposible ejercicio, otro cineasta que, por fin, va a ser descubierto por el gran público, Robin Campillo que, pese a que la mayoría esperábamos la Palma de Oro en Cannes por su imprescindible y arrolladora 120 pulsaciones por minuto, el jurado decidió recompensarla con el Gran Premio (lo que no está nada mal para una tercera película).

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Oficio le sobra al cineasta, fiel guionista y encargado también del montaje de la filmografía de Laurent Cantent, y talento para regalar, ya confirmado en Venecia con el premio Orizzonti del mejor film con su segunda película, en una carrera que parecía encaminada, desde el primer momento, a realizar este monumento que es 120 pulsaciones por minuto.

Si en su debut con la inquietante Les Revenants (2004), contaba la serena aparición de muertos que vuelven a su casa tranquilamente años después de su desaparición, en Eastern Boys (2014), unos individuos se introducen en la cédula familiar de un hombre que se resisten a quitar su domicilio, en 120 PPM se reúnen sus dos temas de predilección: la desaparición de los seres queridos y la invasión de un cuerpo extraño, a través de la lucha de Act Up en los noventa para denunciar la hipocresía social y la ineficiencia política frente a la periodo más mortal de la enfermedad del SIDA.

Act Up, asociación militante americana creada en los 80, tuvo su rama francesa en 1989, en la que Robin Campillo participó durante años. La viveza, la frescura y la intensidad de algo vivido, y no contado, se disfruta en el cine con una intensidad tal que roza el escalofrío por momentos. Act Up, la facción más política del conjunto de movimientos creados a raíz de la enfermedad, tenía por método emplear impactantes acciones de denuncia (al límite del arte que, de hecho, tuvieron un indudable impacto entre los artistas de esa época y que un día, sin lugar a duda, verá la exposición que se merece).

Hace exactamente un año, en la calles de París se rodaban las escenas de una de las manifestaciones y era acongojante ver a los actores realizar un die-in 25 años después (simular una muerte, inmóvil, tumbado en el suelo durante un cierto tiempo). La maestría de Robin Campillo es crear una historia global, centrándose en Act Up, gracias a dos líneas narrativas: una más histórica, sobre los intensos y apasionados debates, y otra más íntima y personal de la relación de una pareja que, entre discusión, acción y “fiestuqui”, encuentran el gran amor.

Que nadie se espere un dramón de lagrimones y pañuelos, 120 PPM, de hecho, es el ritmo de la house, música referencia de la época, ni sectaria, es grupo de protagonistas es una mezcla de géneros, tendencias, gustos y colores. De nuevo los dioses han sido justos y, uno de ellos, nuestro adorado argentino Nahuel Pérez Biscayart (que ya descubrimos hace años) por fin brilla a la altura de su inmenso talento (y que también veremos en Au revoir là-haut) acompañado por el hipnótico Arnaud Valois.

Robin Campillo, sin duda, ha dilucidado la cuadratura del círculo (más bien, del triángulo) entre emoción, política y amor con 120 PPM, que puede convertirse en LA película del año. Y también en una de las más premiadas de la última edición del festival de San Sebastián: con muchas probabilidades para llevarse en Premio Sebastiane (que este año cumple 18 magníficos años) y premio del Público de Perlas. Lo que sería normal para una película que reivindica el amor y la lucha por un ideal. Las dos únicas cosas por las que merece la pena vivir.

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