Nada mejor que seguir los viajes de los otros cuando los propios han finalizado. Si además los elegidos son Agnès Varda (la cineasta francesa de 90 primaveras que con estos añitos disfruta de una energía, humanismo, inteligencia y humor que ya firmábamos todos, por estar así, con la mitad de su edad) y JR (no el protagonista de Dallas sino el imaginativo fotógrafo que ha inundado los espacios público con sus insólitos y fascinantes montajes, como los descritos en Women are Heroes), el placer de compartir sus aventuras alcanza límites insospechados.
Gracias a la hija de la realizadora, Agnès Varda se citó con JR. Entre dos personalidades tan exuberantes y creativas, el feeling no tardó en estallar y desde los primeros encuentros decidieron que iban a realizar juntos un cortometraje. Cada mes, durante tres o cuatro días, iban a recorrer lugares de su país, en busca de los protagonistas anónimos de la vida del común de los mortales, que por lo general, al final suele ser lo más apasionante que pueda uno imaginarse. De ahí el juguetón título de Visages Villages, Caras Pueblos, que en español, para guardar el juego sonoro de las palabras, podría ser Caras Caminos, Rostros Rutas…
Una llamativa furgoneta con un larguirucho fotógrafo, que se quita las gafas de sol menos que Almodóvar, y una bajita anciana con el pelo de dos colores, como una versión contemporánea de nuestro Quijote y Sancho, no es una pareja que pase desaperciba.
Un dispositivo, tan sencillo en apariencia, parece que no da para mucho pero la inteligencia cinematográfica de Agnès Varda se impone de inmediato y va llenando la narración de detalles y, hasta un suspense, que engancha al espectador. El objetivo de la cineasta es descubrir los ojos del fotógrafo, sobre todo ahora que ella va perdiendo lo vista, poco a poco. Con esa línea narrativa y los encuentros con las personas retratadas, Agnès Varda consigue mucho más cine que la mayoría de grandes producciones con inmensos artistas y años de escritura.
Visages Villages es una pura delicia. Con la ternura, sin caer en la exageración, que desborda por sus cuatro costados, la excelente elección de los lugares y protagonistas elegidos, la posibilidad de presenciar todo la movilización que implica un retrato colectivo, la amenazadora presencia del tiempo que sin lugar a dudas borrará la obra… reúne la esencia misma del cine: la imagen, el movimiento y el tiempo. De nuevo, Agnès Varda y JR vuelven a acertar de pleno.