Catherine Gund, ferviente admiradora de la personalidad, presencia y voz, como miles de personas, de la cantante Chavela Vargas, soñaba con entrevistarla desde hace mucho tiempo. En la década de los 90, con el retorno de la inolvidable intérprete de las más desgarradoras rancheras, por fin logró convencerla y, desde las primeras imágenes de este documental, podemos verla grabando a la artista. Años más tarde, en 2012, tras el fallecimiento de Chavela, no pudo evitar volver a ver esas cintas de VHS y decidió que debía realizar este impresionante retrato.
Tarea ardua, complicado reto y difícil elección al centrarse en una artista, vanguardista para su época, referencia de millones de mujeres que adivinaron en su actitud lo que realmente quería expresar Chavela, sin expresarlo abiertamente: el género le daba absolutamente igual, ella era Chavela (y como dice a la cámara en un momento, “No lo Olviden”), independientemente de su género y mostrando ante todo y todos que cada cual podía ser como le diese la gana.
Resulta fascinante ver las lindas muchachas rancheras de la época, con sus trenzas, sus volantes, sus brazos en jarra moviendo la cintura y su cabecita, frente a Chavela, con su masculino poncho, su mirada desafiante y su seguridad inquebrantable frente a la sociedad machista mexicana.
El maravilloso documental de Catherine Gund y Daresha Kyi recorre la vida de la artista desde su nacimiento en Costa Rica en 1919, pasando por su infancia sin amor, su escapada a México, los dorados años 50 de las fiestas interminables de Acapulco, con las míticas estrellas de Hollywood con las que compartió algo más que litros de tequila (Ava Gardner…), el llenazo del Olympia en París y su entierro en 2012, digno de altas autoridades.
Un logro de las directoras es haber logrado que, aún con su habitual discreción, Chavela hablase de sus amores, y el añadido de escuchar a las dos partes con la versión personal de estas historias de amor y desamor. Intensas, mágicas y sin límites.
Pero sin lugar a dudas, lo más impactante de Chavela es la sinceridad de su narración. Los periodos oscuros no se atajan ni se olvidan, el olvido en el que cayó la artista durante 12 años se analiza y se hace presente con todo el dolor que conlleva, y su extremo alcoholismo se plantea de cara, sin falsos pudores ni aristas redondeadas.
Es difícil, muy difícil, realzar un documental sobre una personalidad tan arrebatadora y al límite como Chavela Vargas, pero el tono mesurado y sincero de sus directoras, unas imágenes inéditas que no tienen precio, el desfile de personaje que rodearon a la artista (las imágenes de Frida Kahlo son de ensueño…) y la magnética presencia de Chavela hacen de este documental, presentado en el festival de Berlín, un verdadero momento de comunión entre el espectador y un referente de la cultura musical del siglo XX y principios del XXI.