Análisis de sangre azul, España 2017


Frente a la proliferación de imágenes propia de nuestra época, la invasión de pantallas al alcance de nuestras manos y la profusión de efectos visuales, parece que la actitud más radical del cine actual (en la que los ejemplos serían una lista sin fin) consiste en volver la vista atrás, recuperar formatos antiguos y rendirse al blanco y negro, que resulta tan fotogénico, sugerente y expresivo.

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Si añadimos que quien se lanza a esta cierta nostalgia cinéfila de la imagen es un cineasta tan creativo e imprevisible, como Gabriel Velázquez, acompañado en su primer trabajo como directora de Blanca Torres –hasta el momento la fiel montadora-, Análisis de sangre azul era LA película que quería ver, casi como una necesidad visual (que haberlas, haylas).

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Difícil no rendirse al encanto del primer rollo del film. Una película de aficionado que recoge los románticos y sublimes paisajes nevados del valle de Valdellomar. Sin negar su admiración ante la naturaleza que le rodea y la fuerza de los animales que viven en ella.

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En el segundo rollo del cineasta aficionado, en realidad el doctor en psiquiatría Pedro Martínez, comienza el suspense. Una mochila en medio del blanco impoluto de la nieve. Un hombre despeñado de una cima. Supuestamente, ha perdido la memoria y se le traslada al hospital con una, por el momento, desconocida intención del maravillado doctor.

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Y ahí comienza la sutileza, el fino, corrosivo e irónico humor de estos dos brillantes cineastas. Debo reconocer que me he sonreído y reído, muchísimo más de lo que imaginaba, con Análisis de sangre azul. Evidentemente, al doctor se le cae la baba literalmente ante tal machote venido del frío. Su espíritu científico comienza por analizar, medir y dar constancia de las medidas perfectas del, que ya todos llaman, el aristócrata inglés. De hecho, un excelente casting el del modelo nórdico, Anders Lindström.

Evidentemente el contraste frente a los nativos es más que desesperanzador: bajos, barrigones, ceñudos… La ironía de los cineastas se subraya fotograma a fotograma, enfrentando imágenes de la figura, casi como de un Cristo salvador del Inglés, al poco agraciado nativo de turno.

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Y poco a poco vamos imaginando y descubriendo la intención del doctor: estamos en los años 30, en ese valle aislado (al que ni siquiera en los años 60 llegarán las suecas), sin cruce alguno con los otros, los nativos van perdiendo en vigor, en salud, casi en un estado “corrupto” genético (ya me gustaría descubrir si el paralelismo es la intención oculta de los cineastas). Y el Inglés, el otro (la apertura a los demás) puede ser la salvación. Sin avanzar más en su misterioso desenlace, 85 años después de la desaparición del Inglés y viendo el resultado, la pregunta queda ahí, ¿es genética o cultural la corrupción? Chapeau, Blanca Torres y Gabriel Velázquez.

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