Las madres siguen siendo uno de los temas más recurrentes de la filmografía actual. Junto al paso de la adolescencia a la edad adulta, ambos universos, repletos de dudas, sorpresas, decepciones e ilusiones, conforman un gran expediente cinematográfico donde no pocos cineastas han querido dejar su huella. Y en esta ocasión le toca a uno de los grandes, el italiano, Marco Bellocchio, a partir de la novela de Massimo Gramellini.
Una madre imprevisible, por momentos enternecedora y, de repente, aislada en su propio mundo interior, forma, con su hijo de unos 10 años, una pareja en mística fusión, que recorre el Turín de finales de los años 60. Excelente recreación del equipo de la película que hasta se ha atrevido con el antiguo estadio de fútbol (que los protagonistas adivinaban desde el balcón de su casa).
Pero lo inimaginable siempre acaba por suceder y el joven Massimo se despierta un día con la inesperada e intranquilizadora novedad de que su madre ha desaparecido. Durante la noche acaba en las urgencias de un hospital y él nunca volverá a verla.
Combinando tres épocas del protagonista masculino, un excelente y valor seguro del cine italiano, Valerio Mastandrea, el director recorre su vida desde su infancia hasta bien entrados los cuarenta, entre sus múltiples empleos, periodista deportivo o corresponsal de guerra, y las otras mujeres de su vida, entre ellas, Bérénice Bejo, que no logran llenar la ausencia de su madre.
Un montaje virtuoso, un calibrado ritmo y un suspense alrededor de esa súbita desaparición hacen de Felices sueños, otra bellísima película del maestro, Marco Bellocchio, que sigue acertando en cada uno de sus nuevos trabajos, con esa nostalgia que tan bien sabe filmar y que logra hacer palpable en la gran pantalla.