Animación francesa: Ballerina, La jeune fille sans mains, Louise en hiver y La vida de calabacín (Ma vie de courgette)


Dado que el año ha comenzado bien animado con La ciudad de las estrellas, lo mejor será continuar con un buen ritmo que nos lleve hasta la primavera. Para ello, nada mejor que una buena dosis de la mejor animación francesa, con un ligero toque suizo, para no perder el movimiento instalado en el 2017.

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Una de las características más importante de este fértil género francés es su inmensa variedad y un constante riesgo asumido, que no para de añadir pepitas de oro deslumbrantes, a su ya extensa filmografía de los últimos años. Hay de todo y para todos los gustos, pero sobre todo, para los más exquisitos.

Desde el más puro estilo americano de los clásicos de Disney y Dreamworks (cuerpos estilizados de grandes cabezas que permiten resaltar las expresiones de los personajes, superación personal llena de obstáculos, encarnados por temibles enemigos, y decorados suntuosos que invitan al sueño), como en Ballerina, hasta trabajos que rozan la abstracción en una narración adulta llena de sutilezas, como en La jeune fille sans mains (La joven sin manos).

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Ballerina con su historia tan bien contada, una protagonista a la altura -una huérfana fugitiva-, un decorado perfecto -el París de 1879 en plena construcción de la torre Eiffel-, dos galanes que se disputan su atención –el moreno y el rubio, of course-, y toda una coreografía realizada por una estrella de la Ópera de París, Aurélie Dupont, hace que sus directores, los dos Eric, Summer y Warin, utilizando la técnica de la stop-motion mezclada con el keyframe –reconstitución a partir de momentos claves de los movimientos-, no defrauden, en una película que podría ser la última hija legítima de Disney.

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Pero cuando la animación se escapa de los caminos más trillados se produce el verdadero estallido y aparece la magia. La jeune fille sans mains, del impresionante realizador, Sébastien Laudenbach, se inspira de una obra de teatro del Olivier Py y del cuento de los hermanos Grimm, como es en realidad, duro, cruel y adulto. Un molinero vende su hija al diablo, y si bien ella logra escapar, no consigue salvar sus manos.

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Lo impresionante y cautivador de la película es la técnica empleada por el director. Enteramente pintada en un cuaderno trasladada a la gran pantalla, la película es una sucesión de colores, dibujos, líneas y diseños, que se van creando ante los ojos maravillados del espectador. Tan hipnótica como arriesgada.

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Desde septiembre ya hablábamos de La vida de calabacín, una verdadera obra maestra del género que representa a Suiza en los Oscars 2017 en la categoría de mejor film en lengua extranjera, excelente apuesta que ya ha dado su fruto, al lograr colarse entre las nueve preseleccionadas para el anhelado galardón.

Ganadora del premio en Angoulême en agosto de 2016 y también premio del público en el festival de San Sebastián, la adaptación de libro de Claude Barras es una verdadera delicia. 250 creadores de marionetas, captadas en stop-motion, para narrar la tierna historia de un niño de 10 años que acaba en un orfelinato, tras la muerte accidental de su madre, no parece el tema más apropiado para este género, pero cuando se disfruta de esta joya es impensable imaginar otro formato más adecuado.

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Su director, Claude Barras ha contado con la ayuda inestimable de otra realizadora en el guión, Céline Sciamma (Tomboy, Bandes de filles), que sabe contar el mundo infantil y juvenil con una equilibrada y poética medida del dolor, la angustia, las frustraciones y las alegrías de una edad, en muchas ocasiones, ingrata. No sería de extrañar que La vida de calabacín se impusiese en su carrera de los Oscars situándose entre las cinco últimas seleccionadas. El final es más imprevisible frente a la demoledora Land of mine (Bajo la arena).

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Y por último, si bien al mismo nivel de inspiración, creatividad y poesía visual, Louise en hiver es una de esas películas que marcan al espectador. Último trabajo de Jean-François Laguionie, que se situó en 2011 en el segundo puesto de nuestra particular lista de los mejor del año, con Le tableau, vuelve a acertar en con este retrato intimista, plagado de referencias autobiográficas, emotivo y arrebatador con su suave nostalgia.

Louise, abuela de vacaciones en el norte de Francia, pierde el último tren de regreso a París. Sola en su pueblo de vacaciones decide convertirse en el propio Robinson Crusoe de su pasado. Acompañada de un perro que hará las veces de Viérnes, la película es como un verdadero ensueño que hipnotiza al espectador. Delicada, romántica, maravillosamente dibujada y coloreada (una gama de pasteles de influencia impresionista), es otra muestra maestra de un género que impresiona por su variedad y calidad.

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