Crudo (Grave), Francia 2016


Película para deleitarse malvadamente, precedida por la polémica, los aplausos entusiastas de la sala de butaca, los meandros sinuosos de un guión exquisito, sus escenas oníricas a la David Lynch, y la certeza de que su realizadora, Julia Ducournau, con su primera película, se impondrá como una de las mejores sorpresas del año. Verdaderamente, magistral.

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Todo empezó en la Semana de la Crítica del festival de Cannes, desde el que se llevó un buen bocado (el premio FIPRESCI), y a partir del ahí, la leyenda de una película al límite de lo soportable, con la sempiterna pregunta a su realizadora (que está más que harta de contestar) sobre los desmayos en la sala durante la proyección.

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En un cine de 2000 asientos, sesión de noche, en pleno festival, dos personas se encuentran mal (lo que es habitual en cualquier certamen dado que podían haber no comido durante el día o arrastrar sesiones durante la semana sin mucho sueño para compensar), lo que se olvida (o, en realidad, vende menos) es que las otros 1998 espectadores restantes estaban en pleno éxtasis cinematográfico.

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Tampoco es que sea una película para todos los públicos pero cuestión dureza visual, cualquier telediario la supera. En plena vena de la tendencia más marcada del 2016: el canibalismo, como metáfora de un mundo que se devora a sí mismo, la fascinante Julia Ducournau comienza su carrera en el largometraje, con la habitual historia de aprendizaje, del paso de la adolescencia a la edad adulta, con dos hermanas (idea no prevista en la primera escritura del guión pero que es un verdadero hallazgo) en su primer año de facultad y los típicas y peligrosos ritos de iniciación (estúpidas macarradas que no son sino una excusa para humillar a estudiantes recién llegados).

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Mezcla de géneros (otra de las tendencias habituales del mejor cine de autor actual) que gira de una historia de adolescentes al fantástico y acaba en el gore más sangriento, evolución para chuparse los dedos… (se entenderá al ver la película).

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Unos actores en perpetua explosión, sobre todo, su protagonista, Garance Marillier, habitual de la realizadora en sus cortos, una banda sonora para amenizar cualquier “fiestuqui” y unas ideas sugerentemente retorcidas que provocan un continuo placer y se convierten en adictivas. Como lo que le ocurre a una de las hermanas que, de vegetariana, obligada a comer carne en uno de las primeras inocentadas del año, le coge un gusto excesivamente exagerado al canibalismo.

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Sexualidad líquida, perversión visualmente sana, onirismo surrealista, sorpresas zombies en el patio de la universidad, autopsias de estudio brillantemente diseccionadas y un sentido del humor belga que no tiene precio para convertir Crudo (Grave) en la apuesta más sólida y arriesgada del año (tres premios en Sitges y no sé cuántos en el extranjero. En resumen, película para devorar y repetir desde la primera secuencia.

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