Si en el primer largometraje de Phan Dang Di, el interesante Bi, Don’t Be Afraid (2010), el motivo recurrente y erótico era el agua; en su segundo largo, Big father… (distribuido también en algunos países como Mekong Stories), el líquido elemento se ha solidificado y convertido en barro que se pega al cuerpo y se convierte en una segunda piel. Así ha ocurrido con la maestría e inteligencia visual de su director, Phan Dang Di, hasta el punto de ser seleccionado en la 65ª edición de la Berlinale.
Big Father… describe una época de tránsito, el final del siglo pasado y los primeros años del presente, cuando tras 19 años de embargo Clinton decide levantar el embargo a Vietnam, y todo el país se lanza a la carrera occidental de consumir, hacerse rico y creer que todo es posible.
Vu, el protagonista de la historia comparte un muy humilde apartamento con otros jóvenes. Desde su pueblo hasta Saigón, el cambio ha sido radical y su estudios de fotografía le permiten esconder tras su cámara su naturaleza introvertida y su desarrollada timidez.
Todo lo contrario de su compañero de piso, Thang, que trapichea con todo lo que puede, trabaja en una discoteca (lo más en esos momento de cambio) o Van, su amiga, que aunque sueña con convertirse en bailarina, por el momento, se conforma con números altamente eróticos, con sus boys en pantalón ajustado de cuero, sobre la pista de baile de la disco de moda.
La sutileza del cineasta Phan Dang Di consiste en radiografiar el ambiente reinante a la perfección (la vecindad entre cuchitril y rascacielos enfrente, los primeros turistas, las medidas aún presentes del gobierno para que los hombres con hijos practiquen la vasectomía a cambio de una indemnización monetaria, las peleas callejeras, el tráfico de drogas…) y, de repente, con un gesto o una frase desvelar el carácter de sus personajes (la atracción del Vu por su amigo Thang, el pánico de su padre ante la homosexualidad de su hijo, la frustración sexual).
Maestro en el arte de la elipsis, Phan Dang Di construye una historia fascinante en la que la noche más moderna y loca en un after repleto de droga se combina con una escapada al pueblo más recóndito, pasando por la misteriosa noche de barro, amor, pasión y deseo (deseado o no), en unas imágenes que Apichatpong Weerasethakul hubiese firmado con gusto. Si con su segundo film el cineasta vietnamita ya ha llegado hasta el festival de Berlín, su tercero promete y mucho.