De un lado y del otro del océano, las críticas, cada vez más directas, hacia el extremo capitalismo y la política liberal instaurada (y “que ha devastado gran parte de Europa”, como afirmó ayer Ken Loach, al recoger su segunda Palma de Oro en Cannes) tienen su mejor expresión en películas y documentales comprometidos.
Dos buenos ejemplos nos llegan de ambos lados del Atlántico. Money Monster, la cuarta película de Jodie Foster (y también cuarta vez que Julia Roberts y George Clooney actúan juntos) se ampara de este tema recurriendo al más normativo esquema del cine americano: actores impecables, suspense manteniendo hasta el último segundo, guion elaborado (más en sus frases que en sus situaciones) y una pulcra puesta en escena, para su presentación en el Festival de Cannes, lujosa localización y feria de vanidades, por excelencia.
George Clooney interpreta un presentador de un programa de recomendaciones sobre inversiones en bolsa, versión última de la más cutre tele-tienda actual. En el último programa que su (inteligente, bella, amable, paciente, eficaz, sensible, adorable, profesional y apasionante, sí, Julia Roberts) realizadora va a dirigir, uno de los muchos espectadores, que han perdido sus ahorros, decide introducirse en el estudio y secuestrar, pistola en mano y chaleco con explosivos, al presentador. Po suerte, el actor que lo interpreta es el radiante Jack O’Connell (que ya dijimos que habría que vigilar muy de cerca).
Una equilibrada película, más interesante en su fondo que en su forma, al denunciar los trapicheos que ya conocemos todos: corrupción de altas esferas, información manipulada y avaricia de los más pudientes. Sin bien Jodie Foster se cuida muy mucho de ir demasiado lejos en su propósito, rueda una escena que merece toda la atención y un bravísimo aplauso por su fuerza visual.
En Asalto y robo de un tren, de 1903, el mítico plano del bandido apuntado en primer plano a los espectadores pasó a la historia de cine y al imaginario de toda una legión de espectadores, la inteligente Jodie Foster recicla el plano y nos lanza a la vista, en 2016, una cámara de televisión en primer plan frente al público. Brillante metáfora de que los bandidos hoy son tanto los que roban como los medios de prensa que no los denuncia, o que en algunos casos, apoyan descaradamente.
Si Money Monster es una película más que digna, Merci, patron! es una verdadera joya del cine documental que, sin publicidad ni grandes nombres ni estreno en el Festival de Cannes, ya ha sobrepasado los 300.000 espectadores y, por Tara pongo por testigo, algunas sesiones de noche acaban con vítores y aplausos entre el público.
François Ruffin es un periodista de investigación que dirige Fakir, publicación comprometida y crítica, que se ha convertido sin quererlo en una referencia del actual movimiento popular Nuit Debout (un poco la versión francesa de los indignados) gracias a la repercusión de este documental.
16 años escribiendo sobre cierres de empresas, planes de reducción de personal y miles de personas en paro de la noche a la mañana marcan a cualquiera, pero al genial François Ruffin le han convertido en un Robín de los Bosques contemporáneo, con ganas de meter caña a “los de siempre”. En este caso, a Bernard Arnault (propietario del grupo de artículos de lujo LVMH, segundo hombre más rico de Francia y tercero de la Unión Europea en 2015, según Forbes, y 16º en el ranking mundial de fortunas, con un patrimonio de unos 33.000 millones de dólares, -gracias Wikipedia-).
En el camino de Ruffin se cruzan dos parados más, Jocelyne y Serge Klur, víctimas colaterales de Bernard Arnault por el cierre de la fábrica de trajes Kenzo (por supuesto, también perteneciente a su grupo). El periodista decidido a no dejar pasar otro caso más, decide presentarse en las Jornadas de Puertas Abiertas del grupo para exponer el caso. Gran escándalo. Seguridad al borde de un ataque de nervios.
Pero la cosa no se queda ahí. Frente al riesgo de perder su casa por la hipoteca que no pueden pagar, François Ruffin decide ir más allá y prepara un enredo digno de Alfred Hitchcock y Blake Edwards, juntos. Cámaras ocultas, negociadores mafiosos, falsos inspectores de hacienda … un lujo de historia REAL que resulta más interesante que cualquier película de suspense y más divertida que un clásico Ernst Lubitsch. El documental que hay que ver sin falta. Lujo, el de François Ruffin, y déjate de Louis Vuittones, manufacturados vete tú a saber dónde.