Sensual, fascinante, sensible y radical. La novia de Paula Ortiz (segundo largometraje desde 2010, De tu ventana a la mía) es, sin lugar a dudas, una de las más bellas y desgarradoras adaptaciones a la gran pantalla del impresionante universo lorquiana y, en concreto, de su obra maestra Bodas de Sangre.
Los caballos, símbolo de potencia animal, transgresión familiar y bestialidad sexual; la luna, compañera infatigable de las penas de amor, pañuelo redondo de anhelos lanzados al espacio; los cristales y el agua, reflejos de transparente virginidad y rojizos crímenes…
Pocas veces una actriz ha sabido expresar, se siente que con su más profunda sensibilidad, la llamada del deseo por encima de leyes, costumbres y normas sociales. Sus principios son insalvables cuando la piel habla por el corazón y el alma por el cerebro.
Inma Cuesta, en uno de los papeles de su carrera, transpira uno profundo y desgarrador conflicto entre lo que su cuerpo le reclama, reunirse con Leonardo (Álex García), y su mente le obliga, honorar a su novio (Asier Etxeandía) y respetar la tradición de todas las novias.
Se ha hablado tanto y tan bien del excepcional elenco de la película o del talento y fuerza de Paula Ortiz, que resulta innecesario añadir más elogios. Quizás lo más se haya olvidado, que se convierte en referencia central de la película, es la habilidad alucinante de la cineasta a crear y tratar como un personaje más, a la tierra en la que vive La Novia.
La evolución de ese “otro y fundamental” protagonista es absolutamente excepcional en el film. Desde la primera imagen de la Inma Cuesta sobre un barrizal, húmedo, sensual, ardiente y pegado a cada poro de la Novia, la tierra se va secando según avanza la película, para acabar en un desierto árido de arena blanca o salinas, que no producirá nada, condenado a la infertilidad, un paso más de La Novia a Yerma, otra figura imprescindible del genio de Lorca.
Un verdadero subidón de adrenalina visual, con momentos que nos traen tanto El séptimo sello, 1957, dirigida y escrita por Ingmar Bergman, como Malas tierras o Días de cielo de Terrence Malick. Una de las mejores películas de la cosecha 2015 de nuestro cine español.