El segundo largometraje del realizador mexicano, Sergio Tovar Velarde, tras su brillante ópera prima, Mi último día (Aurora Boreal), se ha hecho esperar. Desde 2007 esperábamos con impaciencia, pero el fruto de la laboriosa y arriesgada producción, Cuatro lunas (al final alcanzado gracias a inversiones americanas y canadienses), ha superado las expectativas y confirmado a su cineasta como uno de los más sobresalientes analistas del alma humana de su generación, en sublime compendio de las nuevas leyes del deseo del siglo XXI.El deseo es imprevisible. Se ríe de la edad y se instala en el ser que ha invadido. Establece su reino en cada célula y le es indiferente si se trata de un niño, un joven o un cuerpo maduro.
A través de una bella metáfora, Sergio Tovar Velarde, las cuatro fases de la luna, revisa el amor, el deseo y la pasión, con una fuerza arrolladora y un sentido del ritmo impecable. Un niño enamorado de su primo (luna nueva y el despertar del interés sexual), dos jóvenes amigos que se vuelven a encontrar años después (creciente y desbordada por un amor imprevisible, ¿existe algún amor previsible?), una pareja con diez años de vida en común y un tercero que pulula alrededor, como un satélite creando interferencias (tan menguante como la pérdida del deseo), y un poeta retirado, carcomido por un deseo reprimido, ante la adoración de su familia, esposa, hijos y nietos (y luna llena y satisfecha de la pasión vivida).El deseo es tiránico. Con un solo súbdito por esclavo, no atienda a razones, gobierna sin medidas de control y, apagar su sed de pasión, es el único artículo de su Constitución.
Desconozco si mi interpretación coincidirá con lo que el director había previsto en su guión y no me preocupa en absoluto. Entre las muchas experiencias que aporta esta película, cada uno al situar y definir el cuarto de la luna para cada una de las historias, acaba definiendo su concepción personal de la cuestión que la humanidad se plantea desde que dejó (en parte) su animalidad. ¿Qué es el amor y hasta dónde nos puede llevar la pasión? Para algunos, la historia del niño será la de la luna creciente, y para otros, la del anciano, la más pura y cegadora noche de plenilunio.El deseo es intemporal pero con fecha de caducidad. Unas minutos, horas, algunas semanas, una vida… Llega sin avisar, nos colma de energía y nos incita al riesgo. A sobrepasar los límites y a ampliar las fronteras de nuestras concepciones. Pero también desaparece sin prevenir a nadie. Ni a su súbdito ni al objeto de deseo. Cuando su reino se difumina, el humo y sus cenizas nos ahogan. Hasta que un nuevo tirano elige un huésped diferente y otro territorio.
Sergio Tovar Velarde ha aportado a la película una magistral dirección de actores. En raras ocasiones se ve una empatía, tan generalizada, entre los actores y sus personajes. Aunque están todos impecables en su papel (César Ramos, Juan Manuel Bernal, Alonso Echánove, Gustavo Egelhaaf, Alejando Belmonte, hasta, Astrid Hadad), no puedo dejar de resaltar algunos en especial. Antonio Velázquez, que confirma lo que ya muchos sabíamos, su potente presencia de buen actor. Alex de la Madrid que conseguiría arrancar una lágrima a una estatua de piedra, sin caer en la sobreactuación. La infinita sorpresa de Gabriel Santoyo, niño de 11 años, que promete un futuro arrollador. Y las dos inspiradísimas actrices que interpretan dos madres, Karina Gidi (impresionante, como siempre) y Mónica Dionne (que borda con filigrana su papel sin dejar de mirar la telenovela de turno un sólo instante). ¿Cómo aceptarnos y aceptar a los demás?
Si el amor es ciego, el deseo es sordo pero no mudo. Si es capaz de clamar en el desierto su pasión, ignorará los consejos más sabios, prudentes y honestos de todo su alrededor.
Aunque a estas alturas supongo que queda claro que se trata de una sublime película sobre el deseo, la aceptación, la familia y las pasiones, en definitiva, sobre la complejidad de las relaciones humanas, con indiferencia de la condición sexual de sus protagonistas (o, por ejemplo, sus hábitos alimenticios…), no entiendo cómo ninguna distribuidora en nuestro país no se ha decidido a exhibirla por estos lares, pese a su éxito de público, crítica (finalista latino del Premio Sebastiane 2014) y venta en varios países europeos, EE.UU. y Canadá.
El deseo es suficientemente astuto para confundirse con el amor y hacer creernos que son una misma entidad. En resumidas cuentas, ¿el amor no es una historia de deseo que acaba mal o el deseo es una aventura amorosa que finaliza bien? Quizás el motivo de esta inexplicable ausencia de nuestras pantallas (y temporal, espero), sea el desconocimiento de que esta película produce múltiples efectos (tan deseables como inhabituales): una inmediata identificación con uno o varios personajes desde los primeros minutos de su inicio, un ansia irreprimible de conocer el desarrollo y desenlace de cada historia en su mitad, y una euforia en su final que incitará a muchos a volver a verla. Seamos sinceros: quien no haya deseado en alguna ocasión la luna, que tire el primer beso.