Una gran parte de los grandes directores japoneses actuales han sabido recoger y actualizar la gran tradición del cine intimista del maestro Yasujiro Ozu. Historias íntimas, personajes conmovedores, experiencias del pasado que influyen en el presente, ternura a raudales, motivos recurrentes y sedosas puestas en escena.
Un cine, aparentemente discreto, que emociona al público y logra recompensas en los festivales internacionales (Una Pastelería en Tokio con la mejor dirección para Naomi Kawase en su film más abordable, Premio del Público del Festival de San Sebastián para Nuestra Hermana Pequeña, de Hirokazu Koreeda o mejor dirección para Kiyoshi Kurosawa –director injustamente olvidado en nuestras pantallas- en Un Certain Regrad del Festival de Cannes para Journey to The Store).
Lo pequeño es bello: Ya sea el fino hilo conductor de una pastelera en Tokio que decide ayudar en un pequeño comercio, las relaciones de cuatro hermanas (de distintas madres) que deciden vivir juntas tras la muerte de su padre, en Nuestra Pequeña Hermana, o una particular manera de asumir el duelo de la muerte de su esposo en Journey, todas estas producciones retratan sutiles momentos vitales en historias mínimas repletas excelentes momentos.
El regreso del pasado: Si en Journey son los fantasmas de los muertos que regresan (de manera totalmente natural y equilibrada, sin ningún tipo de sobresalto, como ya ocurría en su film anterior, Real), en la Hermana son la ausencia del padre que ha marcado a la familia o un episodio histórico y penoso de la reciente historia japonesa que ocupa una parte importa de la Pastelería. El pasado se inscribe en el presente porque muchas de sus heridas han cicatrizado aún.
La cocina es mi reino: Ingrediente necesario para el desarrollo de las historias, la comida ocupa un importante lugar en este tipo de cinematografía, los buñuelos en Journey, las anchoas fritas en la Hermana o los An -pastelitos rellenos de salsa de frijoles rojos dulces- de la Pastelería, rememoran y actualizan la famosa magdalena de Marcel Proust, la memoria viene por los sentidos.
En la naturaleza está la diferencia: Íntimamente ligado a sus personajes (mayoritariamente femeninos) el medio ambiente y los paisajes cobran un verdadero protagonismo en todas estas películas: el cerezo en flor, la lluvia, el viento, las hojas del otoño…sublimados por una puesta en escena sensorial, como los lentos barridos de cámara (majestuosos) de Kiyoshi Kurosawa.
Camino de la emoción: Con sus grandes momentos, estos tres inmensos directores nos mantienen con la lágrima al borde del desbordamiento, sin pasarse, equilibrados y nostálgicos. Ejemplo: la última escena de la Hermana, la canción de la niña al piano de Journey o esa curiosa carta arrugada de la Pastelería. Recomendable pañuelos de papel o un buen hombro en la butaca de al lado.
Frente la carrera sin límites del exceso de gran parte del cine actual, este cine japonés apuesta por los grandes sentimientos, los personajes fuertes y sus relaciones intensas, dejando de lado la “espectacularidad”, en muchas ocasiones vacía. Un cine zen, impresionantemente fotografiado, que constituye un refugio para el espectador defensor de los detalles que marcan la verdadera diferencia y belleza de la existencia.