2015 será, sin duda alguna, el año del cine latino. Desde Venezuela, México, Colombia, Guatemala, Colombia, Argentina… las cinematografías en español están aportando, como mínimo, continuas sorpresas, cuando no son, simplemente, obras que perdurarán largo tiempo entre lo mejor de la historia del cine.
Y ahora le toca a Chile aportar su grano de arena con el potente debut de Claudio Marcone al terreno de la ficción, tras sus largos años en el campo de la publicidad, experiencia que le ha servido para rodar en tan sólo 21 días, un guión en el que se trabajaba desde hace cuatro años.
La primera virtud de la película es que huye de los tópicos, demasiado habituales en la temática de género, presentando personajes totalmente integrados en la sociedad, alejados de los protagonistas de alto colorido o, como la mayoría de las veces, excluidos social o económica.
Bruno, arquitecto de renombre, y Fer, historiador que hace las veces de guía turístico de Santiago de Chile, se encuentran por una cuestión profesional. Bruno se encuentra en plena crisis tras diez años de matrimonio y acaba de trasladarse temporalmente al taller de su abuelo, para recapacitar sobre su vida y su futuro.
El encuentro con Fer subrayará las dudas que tenía sobre su orientación sexual, ni blanco ni negro, en el terreno vago y variado de los grises del deseo. La dificultad de definirse es la cuestión fundamental de la película, que si bien tarda en arrancar, acaba con un final explosivo y magistral, apoyado por un brillante y prometedor sentido de la puesta en escena.
Claudio Marcone encuadra a su protagonista principal, Francisco Celhay, tras cristales, espejos, ventanas, pantallas que proyectan un reflejo más que su verdadera personalidad. Brillante recurso estético que confiere toda una lógica al proceso de Bruno en la tortuosa, sibilina, escarpada y sinuosa carretera de la atracción.
Un guión, mucho más brillante, de lo que su pretendida sencillez deja transparentar a primera vista, sitúa todo el drama del protagonista no en su orientación sexual sino en su incapacidad a decidirse por su orientación. A resistirse a verse obligado a escoger por imposiciones sociales. Una situación que encuentra su resonancia en el papel de su esposa, al final de la película.
Si Francisco Celhay y Emilio Edwards, los dos protagonistas masculinos, están bien en sus personajes, a Daniela Ramírez (mucha, mucha atención a esta actriz), le basta una sola escena para convertirse en lo mejor de la película. Un filme sobre la resistencia necesaria, hoy en día, para salirse de los binomios ancestrales de femenino-masculino, bueno-malo, natural-antinatural, blanco-negro. En la gama de los grises hay oxígeno y posibilidades de elección.
Por supuesto, al película que ya estuvo entre los finalistas del Premio Sebastiane Latino, se proyecta en la 20ª edición de LesGaiCineMad Film Festival. Feliz aniversario y buen certamen a todos/as.