Contra todo pronóstico llega a nuestras pantallas una de las películas más friki de la temporada, empezando por su título, su elaborada estética y el desgarrado retrato de una humanidad robotizada y sin sentimientos, frente a una vacua existencia despojada de referencias vitales, mostrada bajo una capa de ironía, surrealismo y esperpento. Una producción sueca alejada de los colores pop, de la música disco y de la alegría vital, defendida con pasión por su director y guionista, Roy Andersson, que constituye la tercera parte de una tetralogía dedicada a la existencia (en principio iban a ser tres, pero el hecho de obtener el León de Oro en el último Festival de Venecia, ha debido animar a su director a preparar la cuarta aparte, tras los 15 años empleados para realizar las tres primeras).
Una paloma… está centrada en “cómo ser un ser humano”. Una serie que se puede disfrutar sin conocer sus trabajos anteriores, dado que su principio formal se desarrolla a partir de episodios o escenas independientes.
Una pareja de vendedores ambulantes de artículos de broma (sin mucha gracia ni ellos ni sus productos) atraviesan una serie de situaciones delirantes. Una profesora de flamenca acosadora, un ejército perdido, un peculiar instrumento musical y de tortura, al mismo tiempo, un capitán de barco reconvertido en peluquero… Luis Buñuel, travestido en Ingmar Bergman, dopado a la cola de pegar.
Con planos fijos, actores maquillados como personajes al borde de la desaparición y un trabajo de rodaje y recreación milimetrada de los decorados en estudio, la estética de Roy Andersson no deja indiferente a ningún espectador. O se adora o se detesta.
En cualquier caso no se puede negar la imaginación, la libertad y el riesgo de su director. Uno de los más osados y originales (en el sentido que nadie hace nada parecido a él) de los cineastas actuales.