por Carlos Loureda
¿Qué queda de una película después de extraer todo el polvo y paja? ¿Cuál es la esencia misma de una sucesión de fotografías, proyectadas a una velocidad concreta, sobre una pantalla blanca en una sala en total oscuridad? Roberto Castón se plantea, al mismo tiempo, la realidad de la ficción y la validez de realidad en su último trabajo, Los tontos y los estúpidos (que, por cierto, no tienen un pelo de idiotas…).Tras un sabrosísimo primer largometraje en 2009, Ander, este cineasta se convierte en la perfecta reencarnación de Rainer Werner Fassbinder, uno de los mejores analistas de los sentimientos desgarrados, pasiones viscerales y frustraciones sexuales de personajes, un tanto, al margen de la “normativa social” convencional.
Casi como Lars Von Trier en Dogville (2003), el cineasta filma el ensayo de una película en un plató frío y desnudo de artificios. Con tal sólo una mesa y unas cuantas sillas, unas pruebas de luces (con mucho sentido de humor), ciertos efectos sonoros y unas precisas instrucciones del director, asistimos, en un falso directo, a la magia de la creación.
Y como Max Ophüls en La ronda (1950), en tres actos vamos descubriendo las intrigantes, complicadas y apasionantes relaciones que unen a estos cuatro personajes en busca de amor (o sea, como el resto de la humanidad). Lourdes, una veinteañera, que trabaja como cajera en un supermercado, Paula que con 43 presiente que le deseo ha desaparecido (hasta la llegada del compañero de carrera de su hija, que despertará, como en Teorema (1963) de Pasolini, las pasiones de toda la familia), Miguel, médico del alma que deambula con un pesado secreto, y Mario, distante e infiel doctor del cuerpo.Interpretado por un equipo de intérpretes de ensueño, Cuca Escribano y Nausicaa Bonnin (mención especial para el inmenso talento de estas dos excepcionales actrices), Fidel Betancourt, Aitor Beltrán, Josean Bengoetxea o Lucía Gutiérrez, Roberto Castón sabe conquistar la atención del público y acariciar las neuronas del espectador.
Si la parte de la película dedicada al ensayo en el plató es colorida, brillante y llena de contrastes; cuando los actores hacen su pausa de comida, el sonido y el color desaparecen. ¿El cineasta, con esta brillante puesta en escena, insinúa que la vida, fuera del cine, tiene mucho menos contraste y los momentos sin interés son demasiados numerosos? En todo caso, cuando disfrutas del cine de Roberto Castón, la vie est très belle.
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