por Carlos Loureda
En un festival de cuyo lugar no logras acordarte, sacudas la cabeza para situar dónde te encuentras. Estás viendo una película francesa, adaptación de un comic de éxito y recuerdas una situación similar en mayo en Cannes, o sea, que no puede ser. ¿O sí? La novela gráfica, traducida al español, era El azul es un color caliente de Julie Maroh, y además se llevó la Palma de Oro, con el título de La vida de Adèle. Entonces te das cuentas que esta vez se trata de Quai d’Orsay (muelle del distrito 7º de París donde se sitúa el Ministerio de Asuntos Exteriores francés), comic de Abel Lanzac y Christophe Blain, que ya es septiembre y estás en Donosti. La pregunta que te obsesiona es si el día de la marmota también se repetirá en el palmarés y si Quai d’Orsay se llevará la Concha de Oro.En primer lugar, agradeces al comité de selección que entre tanto drama se incluya una comedia en la sección oficial. Situación más inhabitual que un político contestando sinceramente a tres preguntas seguidas. La comedia, como todo buen producto de este género que nos ha alegrado tantas horas de nuestra vida, es una cuestión de tiempo. Para ser exactos, de centésimas de segundo para que el gag visual o la brillante respuesta llegue en el momento adecuado.
Bertrand Tavernier, quizás el director francés que mejor conozca el cine americano, lleva la partitura cómica del filme con mano firme, diestra y equilibrada. Lo tiene fácil dado que el guión es brillante, los actores, pletóricos, (Thierry Lhermitte en su mejor papel desde hace muchísimo tiempo, apoyado por el joven Raphaël Personnaz –frecuentemente comparado en su país con Alain Delon-) se prestan a la perfección y la cámara, nerviosa pero justa, siempre en el ángulo perfecto.
Pero por desgracia también cuenta con un elemento en contra: la historia, basada en el célebre discurso de su antiguo ministro de AA.EE., Dominique de Villepin, en 2003 contra la guerra en Iraq, está plagada de referencias a las personalidades locales, y no pretende un discurso general o universal. Si bien existía materia para ello (el vacío del discurso político, la prepotencia de la jerarquía, la infantilización del poder o los golpes bajos, medios y altos en los pasillos ministeriales), la película cumple con su, muy digno, objetivo: divertir y, además, mucho (aunque sea, entre otros asuntos, a cuenta de las anchoas españolas… como se les ocurra tocárnoslas), pero de ahí a llevarse la Concha de Oro. No creo que el día de la marmota se repita en Can-Sebastián.