Difícil encontrar una voz personal y un estilo propio dentro de la cinematografía internacional que navega entre referencias, citas y reapropiaciones del pasado. El director danés, Nicolas Winding Refn, se ha convertido en el actual monstruo de feria a machacar por la crítica, que en parte no soporta que no se sitúe en una casilla bien clasificable, y por otra, desconfía ante su cuidada estética frente a un cine de autor actual, marcado por el realismo sucio y pretendidas historias de miseria social que, en muchas ocasiones, parece gozar más de la situación que denunciarla.
Por si fuese poco, el esquivo cineasta danés, en público, (y amabilísimo en privado) se ha creado su propia marca de estilo con la firma su última película, NWR, para mayor irritación de la crítica. Sin embargo, debemos reconocer que desde 1996 con su estreno en pantalla su universo estético y narrativo no deja de confirmar su absoluta congruencia. Breve repaso a sus temas y obsesiones.
La absoluta soledad y desarraigo de sus protagonistas, misma sensación que debió sentir el director, cuando con tan sólo 9 años, su familia se traslada de Copenhague, donde había nacido en 1970, a Estados Unidos. Nuevas costumbres, un idioma diferente y su dislexia no ayudaron mucho a hacerle sentir integrado.
Al igual que sus personajes, en The Neon Demon, la protagonista llega de lo más profundo de campo americano a la deslumbrante ciudad de Los Ángeles; en Bronson, un exboxeador aislado en una prisión; en Valhalla Rising, el esclavo que huye en un barco vikingo hacía tierras desconocidas: o al lejano Bangkok, en el caso del americano de Sólo Dios Perdona, fugitivo de la justicia estadounidense.
l deseo sin límites de ser reconocido socialmente, triunfar en un medio hostil o conseguir reputación y respeto, experiencia tampoco muy lejana de su estrepitoso fracaso con su primera película americana de 2003, Inside Job, que le deja con una deuda de un millón de dólares. Como ocurre en la trilogía Pusher, o con la modelo de The Neon Demon con una ambición de loba feroz tras su piel de cordero de Loewe.
Sea cual sea el medio en el que se desarrollan sus historias, del hiperrealismo cutre de sus primeras obras hasta la ultra sofisticación de las últimas, la calma precede a la tormenta final que estalla en una explosión de violencia. Lógica pura en un cineasta que pasó su adolescencia, escondido en su habitación, viendo todas las películas de los años 70 y 80, y teniendo como último referente cinéfilo, La matanza de Texas (1974).
Lo que se reitera en su estética, como la copia de la entrada en ralentí de Robert de Niro e iluminación en rojo de Malas Calles, en su primer corto que también se llamaba Pusher. Las magníficas e hipnóticas imágenes de The Neon Demon de las cámaras de objetivos anamórficos, iluminación de seda, o la escena rodada a 60 cuadros por segundo que le dan ese toque de lentitud tan apropiado.
Un director creado así mismo que el mismo día que recibía la aceptación para entrar en la escuela de cine, le llaman para confirmar la financiación de su primera película, Pusher. Evidentemente, su respuesta fue inmediata: aprenderé cine, haciéndolo. Quizás también por esto, su costumbre habitual de rodar cronológicamente la historia.
Y no olvidemos un punto inmenso a su favor, NWR sabe escoger y dirigir como un genio a sus actores. ¿Quién conocía a Mads Mikkelsen en 1996? Tom Hardy todavía no había despegado en 1998 cuando rodó Bronson y Ryan Gosling salta a la fama con Drive en 2011. Su cosecha de este año es más que jugosa, Elle Fanning que rodó la película con 16 años, los mismos que la protagonista que interpreta, es fascinante y la nueva estrella del firmamento cinematográfico.
The Neon Demon es un fascinante cuento barroco sobre la perversidad de la belleza, su sobre-exposición mediática y el carácter efímero de su valor. Una irónica película estilizada a la perfección, que los espectadores (no sólo ellos) deberían devorar con inmenso placer.