Mateo Alemán definía la juventud no como un espacio temporal, un segmento de nuestra vida, sino como una actitud mental, un estado de nuestro espíritu. Impulsados por el conjunto de medios de comunicación y arrastrados por el imperio de los valores contemporáneos, la juventud es una referencia para todos y un ideal a conservar o alcanzar al precio que sea.
Dos excepcionales recientes producciones se ocupan de dinamitar el actual vellocino de oro. Noah Baumbach, el director indie americano con más influencia europea, se sirve del encuentro entre una asentada pareja de cuarentones (véase ya el desprecio y recelo de la lengua española, cuando se pasan los treinta), encarnados a la perfección por Ben Stiller y Naomi Watts, y unos alocados veinteañeros repletos de sueños y fantasía, Amanda Seyfried y Adam Driver.
Una mezcla explosiva, un verdadero choque entre la última generación, la de los famosos 40 años, que consigue, más o menos, seguir las innovaciones tecnológicas, sin caer en el pleistoceno como lo han hecho sus ancestros, y la actual, los de poco más 20, con sus nuevas concepciones sociales, o incluso, sobre el arte y la creación, basada en una filosofía más abierta y compartida que la noción de propiedad individual (que suena demasiado a rancio siglo XX).
El director de Frances Ha, Noah Baumbach, vuelve a acertar en la pantalla con estas sutiles, imprevisibles y sorprendente relaciones entre esas dos parejas con tanta personalidad. Desde la adulación, bien recibida, a los celos, siempre mal asumidos, o la traición, el aprovechamiento personal, la utilización, pura y siempre, o hasta el desarrollo personal… todo puede ayudar o destruir una relación.
La gente joven está convencida de que posee la verdad, aseguraba Jaume Perich, pero desgraciadamente, cuando logran imponerla ya ni son jóvenes ni es verdad. Mientras seamos jóvenes despliega un brillante guión en una elegante comedia que, a veces, nos hace atragantarnos ante nuestra estupidez.
Por su parte, Paolo Sorrentino, el realizador europeo más influido por el cine americano, tras su obra maestra La gran belleza, nos ofrece un cóctel sabroso y picante entre La montaña mágica de Thomas Mann y El resplandor de Stanley Kubrick.
En un hotel-spa-balneario de alto standing en los Alpes suizos, o sea, en un lugar en ninguna parte, se cruzan distintos huéspedes privilegiados, y frente al insondable hastío de las noches alpinas reflexionan sobre el tiempo, las emociones y la juventud.
Un reparto de quitar el hipo, Michael Caine, Harvey Keitel, Rachel Weisz, Paul Dano, y la soberbia Jane Fonda, en uno de sus mejores papeles, que se paseó por el festival de Cannes, sin recibir los anhelados favores del jurado. Quizás por tratarse de una película más emocional (Harvey Keitel, afirma en una escena, que son lo único importante que poseemos) que narrativa.
La juventud es el momento de estudiar la sabiduría y la vejez, el de practicarla, según Jean Jacques Rousseau. Exactamente lo contrario a lo que se dedican los personajes principales, un cineasta de capa caída y un músico ya retirado. Estudian la juventud desde, más bien, el cinismo, que la sabiduría, de la vejez. Catalogan a sus compañeros de hotel, apuestan sobre sus comportamientos, ty se van conociendo al mismo tiempo a sí mismos.
Si los cuarenta son la edad madura de la juventud y los cincuenta la juventud de la edad madura, Victor Hugo dixit. Los ochenta deben ser la vejez de la juventud en los espíritus que siguen creyendo tener veinte. Sublime Paolo Sorrentino por no caer en la facilidad del estereotipo (Miss Universo inteligentes, prostitutas sin clientes o joven actores americanos que leen a Novalis) y crear verdaderos momentos de poesía de una intensidad visual desconcertante. Juventud, divino tesoro a degustar lo antes posible.
He visto dos pelis de Noah Baumbach y me encantaron,asique no me la pierdo.
Un saludo Carlos y buen comienzo de curso,jeje.
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