La familia Rohrwacher me tiene fascinado. Desde Yo soy el amor, la actriz Alba (que personalmente considero como una de las intérpretes europeas con mejor y más prometedor porvenir), a través de todas y cada una de sus interpretaciones (La soledad de los número primos, Bella addormentata, Via Castellana Bandiera…), ha conquistado la pantalla con su imagen andrógina (próxima a la de Tilda Swinton en estilismo y talento), su aparente fragilidad que encubre una fuerza arrolladora, y una natural elegancia. Por otra parte, la cineasta Alice, su hermana en la vida real, debutó hace solo cuatro años con Corpo Celeste. Una brillante carta de presentación, que ya incluía la esencia de sus temas predilectos, la familia, las adolescentes en flor y las creencias (en este caso el catolicismo), como centro de un universo imaginativo, peculiar e interesante.
Pese a las múltiples coincidencias que aparecen en este país de las maravillas de Alice Rohrwacher, misma estructura familiar, con su hermana como centro y referente familiar, hija de una pareja mixta, italiano-alemana, como la suya en la vida real, la directora niega que se trate de una autobiografía. Poco importa, lo realmente valioso de esta película es la sensación de vértigo, de travesía al filo de la navaja, que transmite su visión.
Gelsomina (como el maravilloso personaje de Giulietta Masina en La Strada de Fellini), la joven protagonista de su segunda película, recolecta miel de abejas en una granja al borde la ruina, intenta controlar el caos de su particular familia, sus tres hermanas caprichosas y más dadas a la ensoñación que a echarle una mano en su trabajo y, sus padres, medio-hippies, con la pretensión, cada vez más irrealizable, de vivir en y de la naturaleza, alejados de la mundanal y frenética sociedad de consumo.
Proyecto perturbado por la edad de la razón de la protagonista, un nuevo miembro acogido en la familia y el rodaje de un programa de variedades, en el que reina como una diosa del pasado, Monica Bellucci.
Desde la manera de filmar esta familia ¿disfuncional? (¿alguna en concreto puede otorgarse la medalla de ejemplar?), la divertida recuperación de la música pop del siglo pasado, con Ambra Angiolini y su T’appartengo (exitazo de mediados de los 90, hasta con versión en español, Te pertenezco), o los recovecos por los que circula la historia, guión también firmado por la realizadora, nos lleva por unos meandros y una poesía inhabitual, entre la nueva generación de cineastas. Resultado: gran premio del jurado en Cannes y Sevilla, aquí también mejor actriz, en el Festival de Mar de Plata, el Astor de Plata al mejor guión… nada mal para una segunda película.
Una intrigante imagen abre la película: unas luces en plena oscuridad avanzan lentamente, se mueven, flotan en el aire, se van acercando… un plano que me hizo pensar en las luciérnagas y en el mítico artículo sobre su desaparición que Pier Paolo Pasolini les dedico. Esas luces no eran luciérnagas sino algo totalmente diferente.
El mítico artículo constituía una metáfora del hombre destruido por un posfascismo, disfrazado de modernidad y valores democráticos que, en realidad, la emprende contra los valores, almas, cuerpos y culturas del pueblo. Un fascismo que no dispone de verdugos oficiales ni ejecuciones de masas, pero que se centra en la aniquilación y desaparición de todo forma de pensar y sentir de las personas, diferentes de la doctrina oficial, para obtener un adoctrinamiento y mansedumbre, tan peligrosos como reales. Lo que más eriza el vello es que el artículo fue escrito en 1945. Setenta años después sigue manteniendo una alarmante vigencia.