Bennett Miller, cineasta apegado al mínimo detalle de cada uno de sus personajes, documenta de tal manera sus películas que, en cada uno de sus entrevistas, despliega todo el universo de anécdotas, vivencias y pasajes de los protagonistas de sus historias. Un conocimiento que, aunque no aparezca en su integridad en el montaje final, dota a los actores y decorados, de un fondo tan nutrido, que atraviesa la pantalla.Un director que, partiendo siempre de la realidad, traslada al cine la intimidad de celebridades con una nitidez impecable. Con una carrera sin mancha y plagada de éxitos se consagrará, a nivel internacional, con su última película, tras un excelente debut en el terreno de la ficción con el biopic, Truman Capote (2005), y Moneyball: Rompiendo las reglas, seis años después.
Junto al gusto por su meticulosidad por el detalle, lo que le ha valido la palma de mejor director del festival de Cannes 2014, se une su sabia elección y sutil dirección de actores. Intérpretes elegidos con un impecable olfato, Philip Seymour Hoffman, inolvidable en el papel del mediatizado escritor, actor que repetirá en su segundo largometraje junto a Brad Pitt, Jonah Hill y Robin Wright, y el trio demoledor de Foxcatcher: Steve Carell, Channing Tatum y Mark Ruffalo.
Volviendo al universo masculino del deporte de alta competición, en esta ocasión la lucha libre, el cineasta nos ofrece en esta ocasión una historia, aparentemente, a la mayor dignidad del sueño americano. Un multimillonario americano decide patrocinador a dos hermanos, con una medalla olímpica ya en su haber, para volver a realizar esa proeza en los Juegos Olímpicos de Seúl de 1988 y demostrar al mundo el rigor, la potencia y la grandeza del espíritu americano.
Utilizando la lucha libre como telón de fondo (en ningún caso se trata del tema principal), el cineasta va destruyendo cada una de los construcciones y cantinelas habituales de la mitología del sueño americano. Y lo más brillante es que lo que comienza como un estudio de caracteres, se va transformando, a ritmo milimetrado y con una fría fotografía que amplía la sensación, en thriller psicológico próximo del maestro del suspense. Alta tensión, intenciones equívocas, frustraciones desveladas, rencores recuperados… Todo un programa.
Si Channing Tatum (que siempre me ha parecido un actor desaprovechado) y Mark Ruffalo componen estos hermanos de pasado difícil y relaciones tortuosas con precisión y elegancia, no pueden evitar verse sobrepasados por la maestría, que derrocha por cada poro de su maquillaje, Steve Carrel (por fin, en un papel verdaderamente dramático) que, gracias a esta composición del rico mentor, tendrá que ampliar sus estanterías para recibir los próximos galardones.
Un thriller que devora y se devora, plagado de metáforas y alusiones (la reliquia de bandera americana con sus estrellas que se caen en el despacho, la libertad congelada de los pájaros disecados o el final de los caballos de pura raza, la acumulación de la biblioteca especial dedicada sólo a los trofeos deportivos, los apodos de Águila Dorada…) y con un tercio final inesperado, que deberías impedir que nadie te cuenta hasta haberla visto.