por Carlos Loureda
Lo tenía todo para convertirse en la película de esta edición del festival. Empezando por su maravilloso título, Mon âme par toi guérie (algo así como, Mi alma sanada por ti), pasando por la persona a la que el director dedica su último trabajo, el excelente crítico José Riba (que lleva años haciendo una fantástica labor de difusión del cine español en Francia), hasta llegar a su productor de lujo, Paulo Branco, artífice del mejor cine independiente universal (Raoul Ruiz, Manoel de Oliveira, Olivier Assayas, Paul Auster, Wim Wenders o David Cronenberg, entre muchos otros). Una historia, adaptada de su propia novela, Chacun pour soi, Dieu s’en fout (2009): Frédi recibe de su madre, recién fallecida, el don de poder curar a los enfermos. Un relato que juega con la idea tan en boga de la gracia y lo espiritual, en un momento en que todos se concentran en aspectos económicos. Pero a fuerza de dejar prácticamente todas las tramas abiertas (un accidente le conduce a aceptar su condición de sanador que, a su vez, le lleva a cruzarse con la otra protagonista que, a su vez, sufre de un mal de desamores…) se acaba por construir un espacio narrativo farragoso.
Unas imágenes magníficamente inundadas de sol, gracias a un talentoso director de fotografía Yves Angelo, sobreexpuestas hasta el límite que afirman, estética y figuradamente, el carácter iluminado del protagonista. Pero no todo el mundo puede ser Terrence Malick y, a fuerza de repetir el mismo efecto, lo que consigue es más bien deslumbrar, literalmente, al espectador.
Una pareja de protagonistas compuesta por algunos de los mejores actores franceses de su generación, Grégory Gadebois (El amor de Tony) y Céline Sallette (Casa de tolerancia), repletos de referencias literarias y artísticas: la protagonista compone una mezcla de la escritora Marguerite Duras y Lydia Delectorskaya, modelo rusa de Matisse, pero que el exceso de circunstancias acaba por saturar: mucho alcoholismo, alguna crisis de epilepsia y unas gotas de esquizofrenia.
Y un director, François Dupeyron, con una carrera apasionante que, frente a un sistema de compra de derechos audiovisuales de las televisiones públicas que si bloquean una financiación puede acabar con la película, ha luchado con uñas y dientes hasta realizar esta película. En una de las recientes presentaciones de Mon âme par toi guérie, el cineasta afirmó que hacer una película resultaba muy aburrido (por cierto, la sala se quedó de piedra). Los espectadores padecen, a veces, la misma sensación. En San Sebastián creemos en los milagros. Por desgracia, esta vez no lo ha habido.