por Carlos Loureda
La década de los 50 finalizaba cuando un grupo de jóvenes franceses intentó cambiar el cine. En los últimos años el público se había reducido a la mitad en las salas, los directores eran los de siempre, filmando historias idénticas y repetidas al infinito, con los mismos actores. Los nuevos adelantos tecnológicos (en aquellos tiempos la irrupción de la televisión podría compararse a los actuales dispositivos multimedia), un nuevo espectador (más joven, más cultivado y con muchos más conocimientos de la historia del séptimo arte) y una indignación social creciente constituían un caldo propicio para la llegada de la Nouvelle Vague.
Tras Truffaut con Los 400 golpes y Godard con Al final de la escapada, ambas de 1959, un joven de provincia, Jacques Demy, rueda Lola (1960), con la artista más popular del momento, que ese mismo año había protagonizada la mítica película La dolce vita, Anouk Aimée. Y tras este logrado primer intento y hasta 1988, fecha de su última película, Trois places pour le 26, este director crea un universo, tan personal como sorprendente, plagado de historias que se cruzan entre sus películas, adaptaciones para adultos de cuentos infantiles, comedias musicales, o llevando a la pantalla en Lady Oscar (1978) el comic japonés, Rose of Versailles, de Riyoko Ikeda, cuando los interesados por este tipo de literatura gráfica eran una franca y reducida minoría.
Jacques Demy, en sus 11 películas y varios cortometrajes, saturó la pantalla de color, la habitó de personajes sorprendentes y nos invitó a unirnos al sueño de un mundo donde reinan al mismo tiempo la realidad y la fábula. Pero entre sus aventuras cinematográficas hay una que sobresale por encima de todas: Lola. Un prototipo de mujer que llegó al cine con El ángel azul, pasando por Lola Montes hasta llegar a la versión de Jacques Demy. Con esta película pre-almodovariana, habitado por unos personajes que recuerdan a Chus Lampreave o a Rossy de Palma, se inicia una saga que continua hasta Modelshop, con la etapa intermedia de Jeanne Moreau en La baie des anges, y se prolonga hasta Americano, película de su hijo Mathieu Demy, que se presentará en la Sección Oficial y retoma esta Lola inolvidable.
Jacques Demy, al igual que Balzac, quería construir una comedia humana en la que sus protagonistas se paseasen entre todas sus películas. Proyecto conseguido sólo a medias, sus personajes tienen la mala costumbre de quedarse para siempre con los espectadores.