Amor Hakkar, realizador de la sorprendente La Maison jaune (2008), al cerrar la última página del periódico que estaba leyendo, sabía que ya tenía el tema de su próxima película. Un artículo le había impresionado tanto, que hasta que no realizase el film, no se quedaría tranquilo. La prensa narraba la historia, por desgracia habitual, de una pareja iraní de homosexuales condenados a muerte. Dos más entre las aproximadamente 400 ejecuciones que practica este país cada año.
Pero Amor Hakkar prefiere insinuar que mostrar, contar antes que sentar cátedra o invitar a la reflexión en lugar de imponer un discurso. Su historia, plasmada en un sutil guión, podría constituir el mes precedente a la citada noticia de la prensa. Quizás, esos días de respiro o de tregua, que lleva por título la película.
Un hombre, en la penumbra de una habitación, está cortándole el pelo a otro. Un acto íntimo, lleno de ternura, que no por ello deja de deja recordarnos los preliminares de una ejecución. La siguiente escena ha cambiado de país y de luminosidad. Un profesor de universidad, interpretado por el propio director, y un fotógrafo, Samir Guesmi, han atravesado la frontera suiza para entrar en Francia, escapando de su país, y caminan por las vías de un tren.
En este sendero hacia la libertad se encontrarán con dos personas. La primera, un hombre acostado en el suelo, que también espera el tren, pero no para escapar sino para suicidarse. Los fugitivos le ayudan a levantarse y le acompañan a su casa para intentar evitar su muerte. Pero llega un momento en que deben irse y, tras unos metros de camino, el eco de un sonido les traerá el desenlace que el suicida ha decidido para sí.
Su segundo encuentro es mucho más importante. Al ver en la estación a una señora cargada con una maleta, uno de los fugitivos, que viajan separados para no despertar sospechas, decide ayudarla a subir al tren. La increíble actriz, Marina Vlady, que ha rodado a las órdenes de Orson Welles, Jean-Luc Godard o Ettore Scola y hacía años que no aparecía en pantalla, interpreta a este personaje con una tremenda dulzura. Ambos comienzan a charlar para llenar el tiempo del viaje y ella se da cuenta, de inmediato, de su condición de inmigrante. Para poder ayudarle le ofrece un trabajo provisional, hacer algunas chapuzas en casa y pintar el salón.
Un vez llegados a una ciudad de provincias, la pareja se instala en un modesto hotel. Como nada les obliga a continuar el viaje, el profesor acepta la oferta y trabajará durante la jornada mientras que su compañero le espera en la habitación. Pero, evidentemente, nada ocurre como se supone que debía suceder. Una delicada, sobria y sincera película que consiguió formar parte de la selección oficial del Festival de Sundance 2011.