Gianni Di Gregorio es un caso particular en el universo del cine italiano. Tras una larga carrera de guionista de éxito, firmando entre otros la adaptación de Gomorra (2007), decide situarse detrás de la cámara por primera vez en su vida en 2008, con 59 años, para dirigir una dulce comedia, La comida del 15 de agosto, triplemente recompensada en la Mostra de Venecia. El apoyo de la crítica y el público le ha impulsado a vencer su natural timidez y realizar un segundo largometraje.
Inmerso en una Italia gobernada por un empresario, que cultiva escándalos con la misma intensidad que algún director rueda torrentes de secuelas, gravemente afectado por la irresistible atracción que padece su libido por las chicas de vida alegre, y manifiestamente machista, el protagonista de esta ligera comedia se ve presionado continuamente por su entorno. En su país, todo hombre de su edad debe tener una o varias amantes, es una situación tan evidente como necesaria para la patria.
El pobre Gianni, ya jubilado y con el poco entusiasmo que da la desconfianza ante tal soberana estupidez, se lanza a la conquista de un nuevo amor. Las candidatas no le faltan: su primer amor de juventud, su sublime vecina, la hija de una amiga de su madre y todo el universo femenino que le rodea. Pero nuestro sesentón tendrá que hacer frente a dos grandes dificultades: su posesiva madre y el hecho de que las mujeres le consideran más un cariñoso abuelo que un posible amante.
El actor y director de la película vuelve a protagonizar una tierna película que podría considerarse la continuación de su primer trabajo. El mismo personaje que tanto conoce, ni siquiera se oculta tras otro nombre que no sea el suyo, para hablarnos de lo que mejor conoce, su vida.
Si su primer film se centraba en el papel que su madre, autoritaria y acaparadora, había ocupado en su vida, en este último trabajo analiza el delicado momento en que los hombres “se vuelven transparentes”, según sus propias palabras, bajo el signo del humor y la ironía. Una película que recogiendo la tradición de la comedia italiana de Nanni Moretti, actualiza los enredos de la commedia dell’arte de Carlo Goldoni por una especie de alter ego europeo de Woody Allen que, en vez de idealizar y solucionar en este continente las frustraciones sexuales de su país, se limita a asumirlas con la paciencia, el buen humor y el distanciamiento que aporta la cultura mediterránea.