Una indiscutible obra maestra del cine actual con un pequeño defecto. László Nemes se presenta ante los espectadores con una ópera prima impresionante, espectacular y brillante muestra del horror del extermino del pueblo judío en los campos de concentración nazis.
Nadie hasta el momento (salvo dos honrosas excepciones, Nuit et Brouillard, 1955, de Alain Resnais, y Shoah, 1985, de Claude Lanzmann) había logrado mostrar tanto y tan bien el holocausto, enseñando tan poco. Una cámara próxima a los protagonistas y una escasa profundidad de campo logran un alucinante resultado: tener la sensación de estar en el medio de todo este infinito terror.
El joven director, ayudante de Bela Tarr, llevaba inscrita esta historia en sus propios genes. Parte de su familia falleció en los campos de concentración y la lectura de los testimonios de los Sonderkommando (deportados que acompañaban a los judíos a las duchas, les tranquilizaban, e inmediatamente después de haber sido gaseados, limpiaban los locales y quemaban los cadáveres, a un ritmo fordiano de industrialización de la masacre) le impulsó a crear este inmensa película.
El potente intérprete de Saúl, Géza Röhrig, cree descubrir el cadáver de su hijo entre los miles de cuerpos del crematorio de Auschwitz-Birkenau, en octubre de 1944. Frente a la barbarie, decide hacer lo inimaginable, darle una digna sepultura. A partir de ese momento, Saúl intentará hacerse con el cadáver, ocultarlo y buscarle un lugar para enterrarlo, a cualquier precio. Un viaje completamente alucinante a lo más profundo de la barbarie humana.
Una obra de tal magnitud deslumbró al jurado de Cannes, muy merecidamente, que le otorgó el premio especial del Jurado y abrió el baile de recompensas y galardones, que la han convertido en una de las películas más importante de 2015.
La escasa o inexistente profundidad de campo se ve compensada por un trabajo de sonido espectacular que produce escalofríos en la sala de cine. Lo que no vemos, cada espectador lo va creando a partir de su propia imaginación, impulsada por los gritos de las víctimas, trasiego perpetuo de los camiones y los trenes, los ladridos de los perros… Una inolvidable experiencia cinematografía a la altura de los grandes clásicos de la historia del cine.
Pero pese a todo ello, László Nemes me tiene con el corazón partido. A pocos días de la primera selección de las nominadas a la mejor película en lengua extranjera de los Oscars 2016, El hijo de Saúl representa la candidata más potente, arrolladora y peligrosa frente a nuestra querida Loreak. Crucemos los dedos.