Ossama Mohammed es uno más entre los millones de sirios, obligados a trasladarse de lugar o exiliarse a otro país, por expresar lo que sentía sobre el régimen de Bachar el-Assad. En su caso el destino desde 2011 fue Francia.Aunque alejado de esa guerra absurda que está destruyendo su país, el cineasta (que había presentado en el Cannes dos de sus películas: Étoiles de jour, 1990, y Sacrifices, 2003) no podía despegarse de las redes sociales, a las que muchos de sus compatriotas subían vídeos y fotografías de las atrocidades cometidas cada hora durante todos estos años.
Nunca he comprendido cómo la comunidad internacional califica los conflictos armados. En algunos casos la posición es clara, directa e invade la actualidad cada día en las pantallas, los periódicos y los debates. En muchas otras, las barbaridades se olvidan o se dejan de lado de una manera frívola e inconsciente. Por mantener una estrategia geopolítica o por desinterés económico, Siria, o la situación actual de Ucrania, pasan a segundo plano y acaban por fundirse en el olvido.
Ossama Mohammed seguía conversando con muchos sirios que todavía quedando en esos espeluznantes territorios comanches. En una ocasión una joven, con un nombre digno de Las mil y una noches, de Wiam Simav Bedirxan (Agua Plateada) le preguntó qué filmaría él si se hubiese quedado en el país.
En la mente del cineasta se ancló una idea que no abandonaría. Gracias a la infinidad de imágenes que flotaban en internet y las tomas obtenidas, durante dos años, por la valiente y arriesgada joven que le lanzó la pregunta, decidió retratar lo que no se ve en los telediarios. Una fotografía real y desgarradora de un país en guerra.
Este documental sobre Siria, las esperanzas, miedos y, también, sonrisas de sus habitantes, rebosa de humanidad. Sobre todo, frente a la barbarie el cineasta lograr lo imprevisible, introducir momentos de poesía visual y sonora. Al igual que lo consiguió, cuando su nueva amiga le pidió qué película podía reconfortarles un poco en estos momentos tan duros, y el cineasta les envió una de Charles Chaplin. Al final, quizás la poesía también pueda considerarse un arma. La única que debería estar permitida en el siglo XXI.
Una propuesta de calado, sin duda alguna, Carlos; más allá de sus valores artísticos, que se vislumbran, por su utilidad para poner sobre el tapete uno de esos conflictos sangrantes sobre los que, como muy bien apuntas en tu texto, los gobiernos occidentales eluden sus responsabilidades, amparados por nuestra indiferencia cómplice (y así nos pinta el pelo, claro…).
Un abrazo y buen fin de semana.
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Mil gracias, Manuel. Comparto enteramente tu opinión. Buena semana y hasta muy pronto
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Una vez más el cine hace visible lo que los gobiernos intentan olvidar..pone imagen a aquello a lo que los políticos le dan la espalda.El cine una vez más,como arma de denuncia y de pantalla donde proyectar todo lo que sigue sucediendo o ha sucedido en esos paises.
Un saludo,Carlos
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Hola Fernando, hoy estáis muy inspirados. No quitaría ni una coma a lo que apuntas. Hasta muy pronto. Gracias por apoyar cinematografías tan delicadas.
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