Belle Épine, Francia 2010


La ópera prima de la realizadora francesa Rebecca Zlotowski retrata el paso de la juventud a la edad adulta, con tanta poesía (y ecos de Rebelde sin causa) como desesperación. Tener 17 años no es fácil hoy en día, de hecho, nunca lo ha sido y, por eso, no ancla su historia en una época concreta. Podía ser hace 10 años o ayer mismo.

Prudence (ironía del destino), nombre de la protagonista interpretada por la espléndida Léa Seydoux, lo tiene peor que cualquier joven de su edad. Su madre acaba de fallecer, su padre está de viaje de negocios y su hermana no soporta estar en el espacio que compartía la familia. Prudence está sola física y psicológicamente y tendrá que buscar alguna nueva referencia que le impida dejar arrastrarse a la deriva.

Las opciones son múltiples pero el deseo de materializar su dolor concentra su elección, evidentemente, en las menos aconsejables. Enfrentamientos con el resto de su familia, desafíos a la autoridad de sus profesores, primeros encuentros sexuales, amistades poco propicias y un terreno donde la muerte aparece de vez en cuando, un circuito ilegal de motos. Prudence, en una carrera sin fin y sin dirección, prueba todas las situaciones posibles capaces de ayudarla a superar su malestar y angustia vital.

Dotada de un ritmo creciente y de una tensión palpable en sus actores, Anaïs Demoustier o Guillaume Gouix, la película radiografía una juventud sin esperanzas de futuro y ardiente de quemar todas las naves del presente. Léa Seydoux en un fascinante papel que le permite todo tipo de registros (miedo, soledad, ira, inquietud, humanidad o rabia) habita el personaje de Prudence de tal manera que llegan a confundirse.

Una agradable sorpresa sobre un tema habitualmente maltratado por los cineastas, ya sea por su maniqueísmo o por sobredosis de tópicos y clichés, analizado con ternura y expuesto con una sabia dosis de distanciamiento, que permite una mejor visión de un personaje tan tierno como el de Prudence. La vida es difícil a cualquier edad pero puede ser insoportable en soledad. La habilidad de la directora, en una emocionante e intensa escena final, acaba su historia con un ligero e inesperado destello de felicidad. En definitiva, nunca sabemos quién nos acompañará en el camino.

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