Tres personas caminan en pleno día por una calle que podría pertenecer a cualquier país europeo, la chica lleva de la mano a un niño y, algunos metros detrás, un joven la sigue. El chico se para y la mujer, como se hubiese percibido su presencia, se da la vuelta y ve que le está apuntando con una pistola. El siguiente plano nos muestra al joven corriendo, todo sudado, para coger un autobús, se sienta, mira por la ventana y algo en el exterior acapara su atención, sin que el espectador sepa de qué se trata. Fundido a negro y en la oscuridad de la sala se escucha la voz del niño que con dulzura pronuncia una única palabra: mamá.
Uno de los comienzos más inquietantes del cine invisible para este film que ha arrasado en todos los festivales del mundo por su fuerza estética, la interpretación magistral de la actriz, que ya nos cautivó en Contra la pared (2004), Sibel Kekilli, y una historia conmovedora. Sobre todo porque sin tratarse de una transposición exacta de un suceso concreto, dramatiza una serie de hechos reales que siguen apareciendo, con demasiada frecuencia por desgracia, en nuestros periódicos.
Umay, una joven turca, decide abandonar a su marido para escapar de la violencia que sufren ella y su hijo, en un apartamento que ha dejado de ser su hogar hace mucho tiempo. Sin decírselo a nadie, sale de Estambul y se dirige a Alemania, país en el que viven sus padres, con la esperanza de rehacer su vida y conquistar su perdida independencia. Pero lo que Umay no esperaba es que para su familia, abandonar a su marido, constituye un deshonor y una imborrable deshonra para todos sus miembros.
Feo Aladag, actriz antes que directora, ha cuidado en especial la dirección de los actores y la profundidad de los personajes. Narrada con brío, la protagonista debe enfrentarse a una nueva situación que le afecta aún más que la violencia conyugal que había soportado hasta el momento por su hijo, el rechazo de su familia y la exclusión de su comunidad.
Sin discurso aleccionador, las imágenes del primer film de Feo Aladag se limitan a presentar una situación, sin juzgar a ninguno de los integrantes de esta comunidad, y concluye con una escena final que da sentido al enigmático debut de este conmovedor, realista e inspirado film, donde los inocentes acaban pagando por los culpables y los culpables encuentran su justificación en falsas convicciones. Una película imprescindible para una historia que no debería volver a suceder.
la actuación de Sibel Kekilli vale la película.Le da credibilidad al personaje de esta madre joven, víctima de violencia doméstica que toma una resolución que cambiará su vida y la de quienes le rodean para siempre. Incluso la de su pequeño hijo que la acompañará en todo su calvario.
Es una película dura que nos abre los ojos a un mundo que desconocemos, nos cuesta comprender y, como nos ocurre con tanto buen material fílmico que viene de Irán, no deja de sorprendernos.
Sin embargo, a mi criterio, tiene dos problemas que hacen que en el balance general nos decepcione. El primero es la redundancia de algunas situaciones que hacen que el film se haga largo.La segunda es el final melodramático que carga las tintas sobre la fatalidad con la que la protagonista pagará las consecuencias de sus actos. Tal como en las películas mexicanas y españolas de hace sesenta años.
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